Ya lo había visto en otra ocasión
se viste como esas personas que prefieren la independencia de los
felinos a la inútil necesidad de los perros. , sí acerté en pensar que algo de
felino debía tener. Llegamos a su habitación
sin haber comprado lo que necesitaba y en un espacio de tiempo tan
corto, que ni siquiera me permitió darme cuenta de cómo había el logrado
arrancarme la ropa sólo con la mirada. A esas miradas me refiero.
Me considero una mujer apasionada, más voraz unas veces que otras,
pero el me dio a entender que bastaba sólo con un gesto suyo para que yo
llegara al cénit del éxtasis. Debo confesar que la noche con ese hombre me hizo recordar que no todos los encuentros
apasionados están hechos con el mismo método. Este episodio, que extrañamente
no terminó como todos se imaginan, fue motivo de mis mejores sueños eróticos de
las semanas posteriores.
El, recuerdo, me tenía doblegada. Y sin tocarme durante varios
minutos, que parecieron milenios para mí, hizo que me empezara a acalorar y a
acelerar mi respiración. El insistía en que debíamos, y estuvimos deseándonos por encima de la ropa, en silencio, sin
parpadear y sin siquiera demostrar que estábamos a punto de caer en el
paradisíaco jardín de las delicias. No puedo describir con exactitud lo que
hicimos, pero cada gesto, cada caricia la hacía como si me estuviera
conduciendo al último orgasmo de mi existencia. Lo que más recuerdo de esa
noche son sus manos: nunca estuvieron al alcance de mis ojos. Creo que sólo las
volví a ver cuando, en la madrugada de ese memorable viernes, se las pasó por el
pelo para ordenárselo un poco. Te quiero mi E.